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El encabezado de una nota publicada en un medio turístico español el pasado 27 de septiembre de 2024 lo dice claramente: “Los controladores acusan a Ryanair de ‘comprometer la seguridad aérea’”, lo anterior con base a las presiones operativas de la aerolínea irlandesa, mismas que no tienen otro objetivo que no solamente mantener, sino incrementar sus niveles de eficiencia operativa, es decir, maximización de beneficios sacándole todo el jugo posible a cualquier tipo de recurso humano, técnico o financiero, aun cuando raye en lo indebido, caso de la inseguridad.
No lo sé usted, pero este analista del quehacer del aerotransporte se topa cada vez con mayor frecuencia con corporaciones en todos los sectores que se han subido a un barco llamado “Low Cost” sin darse cuenta del impacto negativo que la incorrecta aplicación de este modelo de negocios está teniendo en la calidad de la vida de los seres humanos que aún poblamos el planeta Tierra al concluir el primer cuarto del Siglo XXI, a quienes está despersonalizando a tal grado que lo está convirtiendo en una cifra y no en esa persona, es decir, ese ser único e irrepetible que se diferencia de los demás por sus actos, pensamientos, sensaciones, experiencias y representaciones, que por ende merece ser tratado humanamente por humanos y no por máquinas de metal o polímeros o por humanoides de carne y hueso que se comportan como robots.
Tome usted en cuenta por ejemplo la calidad de las interacciones que los clientes estamos sosteniendo con nuestros proveedores, digamos a la hora que algo sale mal o cuando se intenta resolver algo con ellos. ¿Realmente siente usted que está tratando con un ser humano aun cuando usted crea que su interlocutor lo es?
Tal y como lo veo, los esfuerzos de las Ryanairs, Ubers, Boeings, Netflixs, Viva Aerobuses, Amazons, Bicoins, Telcels, Izzis y compañía, de generar utilidades a sus accionistas no se detienen ante nada, llámese indecencia, caso de Invex y sus crecientemente intrusivas campañas de promoción de una tarjeta de crédito por medio de llamadas a los celulares, en las cuales hasta ofensas uno recibe al no hacer eco a la indeseada comunicación telefónica.
Conscientes de ello y con el fin de no lidiar directamente con el humano que con justa razón se siente afectado por su manera de operar y lo que es peor: se siente impotente de obtener solución a cierto problema, establecen impenetrables barreras de todo tipo entre sus ejecutivos y los consumidores, principalmente asociadas a las tecnologías de la información, despersonalizando el servicio y aislándose, ya sea en sus burbujas electrónicas o en sus fortalezas resguardadas por personal de seguridad propio de una instalación carcelaria.
El problema se complica conforme el nivel de monopolización que alcanzan esas compañías de cierto mercado, pues es tal que al cliente no le dejan otra opción que aceptar términos, condiciones y abusos tal y como se le presentan o intentar seguir adelante con su vida prescindiendo de cierto bien o servicio.
La pregunta es como diría en sus geniales guiones el inmortal Roberto Gómez Bolaños: “¿Y ahora quién podrá defendernos”? La realidad es que ni el “Chapulín Colorado”, el poder judicial y menos el gobierno, dada su debilidad institucional, están ya en condiciones de defender al ciudadano que se siente agraviado por la mala calidad de la provisión de algo o detener el avance de las presiones de las grandes corporaciones que hacen a toda clase de entidades públicas y privadas para lograr sus objetivos financieros.
Como verá usted no estoy muy contento que digamos con el proceder de algunas empresas, de ahí que emplee los valiosos espacios de opinión a los que tengo acceso para denunciarlas. Y es que siento que, a diferencia de la mayoría de mis congéneres que con tal de llevársela “tranquila” desgraciadamente lo aceptan casi todo. Quien firma esta columna, intentando ser congruente, actúa por medio de entregas de opinión que hago votos sirvan de algo para hacer consciencia, y por ende, contribuir al cambio que cada día veo más evidentemente se requiere, en este caso en lo que corresponde al trato que estamos recibiendo por parte de nuestros proveedores.
“Los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de sus autores y pueden o no reflejar el criterio de A21”
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