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03/12/2024

Eso de escuchar las noticias

Juan A. José / Martes, 28 Febrero 2023 - 23:48

Lo primero que hace este columnista al despertar cada mañana, es encender el televisor para sintonizar el canal de noticias catarí Al Jazeera, en mi opinión, la fuente más confiable y objetiva para enterarse de lo que está aconteciendo en el mundo.

“No entiendo para qué escuchas las noticias, Juan”, suele repetirme una y otra vez un amigo, al que a su vez se le sugirió de plano apagar radios y televisión para no angustiarse de lo que está ocurriendo por doquier, con riesgo de terminar destapando una botella que, he sido testigo, lleva 20 años exitosamente alejando de él. Es cierto, estimado lector, los mensajes que nos llegan a quienes osamos consumir noticias locales y del extranjero no son un bálsamo para el alma y, más en estos tiempos, en los que la tragedia global que representó el Covid-19 está dando paso a la devastación de la tierra de uno de los grandes pioneros aeronáuticos, me refiero a Igor Sikorsky, nacido en 1889 en Kiev, Ucrania.

Francois Truffaut, personalidad del cine francés, alguna vez dijo que “un pesimista es un optimista con experiencia”, frase que debo confesar suelo emplear para responder cada vez que alguien trata de animarme a tratar de ver las cosas en un sentido no tan negativo, como es cierto, bien puedo hacerlo algunas veces. El problema se complica conforme “el pesimista” voluntaria o involuntariamente -en mi caso ambos-, se ha expuesto toda su vida en tiempo presente por medio de las noticias o, en tiempo pasado, por medio de la historia a la realidad geopolítica global. Si para colmo de males a lo anterior se le suma cierta habilidad o, por lo menos, alguna motivación para el análisis, “ese piensas y estudias demasiado, Juan” que también tiende agregar mi no tan anónimo alcohólico amigo a sus amistosas pero contundentes “ayudas”, puede resultar una válida premisa.

Lo cierto es que el pesimista que llevo dentro logra vencer al optimista cada vez que me entero de detalles de la evolución de esa fratricida guerra, marcada para los aeronáuticos por la destrucción, hace ya un año, de un majestuoso “sueño” de seis turbinas y capacidad para transportar hasta 250 toneladas de carga llamado “Mriya”, pesadilla que al momento de redactar esta nota ha cobrado más de 7,000 vidas, incluyendo casi 500 niños y niñas.

Si bien el tema justificaría varias entregas, la de hoy va más allá de las fronteras ucranianas y me lleva a la posibilidad, cada vez más latente, de que a un loco, sentado ya sea en el Kremlin, en la Plaza Tiananmén o en la Casa Blanca, se le ocurra la idea de lanzar ese primer misil contra un objetivo fuera de ellas y se desate esa tercera guerra mundial que, por lo menos los de mi generación, siempre hemos temido, empleando el regalito nuclear que la Segunda Guerra Mundial dejó a las grandes potencias, que, hay que reconocerlo, también ha contribuido a ese poder de disuasión que se acepta ha permitido que Hiroshima y Nagasaki hayan sido, hasta ahora, las únicas ciudades del mundo en sufrir el horror de la bomba nuclear.

No hay que olvidar cómo hace unos meses cayó, por error, en Polonia un proyectil destinado a algún objetivo en Ucrania; la noticia se regó como una chispa en pólvora entre quienes estábamos en cierta oficina; todos sabían que ello podía ser ese inicio del infierno nuclear global, que los estrategas estiman tendría lugar precisamente con ojivas impactando ya sea Berlin o San Petesburgo. Afortunadamente se aclaró lo sucedido y el asunto quedó ahí, ¡pero qué susto!, como el que experimenté la mañana del 11 de septiembre del 2001, cuando estando en una ciudad norteamericana me enteré de los ataques terroristas empleando aeronaves contra Nueva York y Washington, D.C., impregnando a los norteamericanos de un ambiente de guerra y eso, estimado lector, no es muy placentero que digamos.

No me mal interprete, estimado lector, esta mañana el pesimista no le ganó la batalla así nada más al optimista y le precipitó al teclado para redactar esta columna. Al contrario, dada la naturaleza del tema, es decir, la amenaza que trata, el optimista había prevalecido sobre el pesimista hablador para contenerle a los dedos y no concebir este texto. Desgraciadamente, la realidad se impone y obliga a quien firma esta nota, nieto e hijo por ambos lados de exiliados que, en su momento, huyeron de persecuciones y guerras en el Medio Oriente y Europa a ser honesto y por ende a invitar a quien lea estas palabras o le escuche personalmente, ahora sí que en el espíritu de ese grupo de autoayuda que le salvó la vida a mi amigo “a vivir el hoy”. Y es que si bien “hay cosas que no podemos cambiar”, caso siendo realistas para los mexicanos de lo que ocurre en Ucrania, de la misma manera en la que podemos salir a colmar el Paseo de la Reforma o el Zócalo de la Ciudad de México, de reclamos o alabanzas según sea el caso, quizás podríamos unirnos “chairos y fifís”, todos vestidos de blanco para exigir en las plazas y calles de México el fin no solamente de la guerra en la región del Mar Negro, sino también en cualquier otra geografía, incluyendo la mexicana, en la que civiles inocentes están perdiendo la vida por causa de un proyectil, una bomba, una sustancia química que les es arrojada o las consecuencias de la falta de alimentos, agua potable o atención médica, éstas dos últimas resultados directos un conflicto bélico de cierta magnitud.

Tengo una hija que vive en República Checa, es decir, muy cerca de Ucrania. Lógicamente me encantaría poder volver a tenerla viviendo en México, sin embargo, no me agradaría mucho que la razón se deba a que el conflicto en Europa Oriental se haya extendido y deba refugiarse en su patria, algo que el pesimista que finalmente se sentó a escribir, ve como una posibilidad real.

No pretendo arruinar el momento a mis lectores, antes bien los invito a disfrutarlo. Al final de cuentas, ya sea por un holocausto nuclear, un bicho raro e intratable, un accidente, un crimen, una enfermedad, un desastre natural o por viejos, todos nos vamos a morir. Habiendo hecho consciencia de ello, y otras cosas que no podemos cambiar, el optimista resurge e intenta “llevársela leve”, por lo menos este día, el mismo personaje por cierto que sigue creyendo, quizás ingenuamente, que la comunidad internacional y sus líderes harán lo que sea necesario para que la de Ucrania no sea la última guerra de la humanidad.

De esto último me cuelgo al concluir este recorrido por el teclado de mi computadora, y me dispongo “a darle” a lo que me toca en este hermoso día de febrero, que ni las noticias me van a arruinar.

Para “A.F.D.I.C.”, con cariño, agradecimiento y admiración.

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