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14/05/2025

Nuevo papado y la espiritualidad de los aeronáuticos

Juan A. José / Miércoles, 14 Mayo 2025 - 01:00

El pasado 8 de mayo los medios de comunicación en México realmente no hablaban de otra cosa que no fuese la noticia de que un estadounidense, nacionalizado peruano de nombre Robert F. Prevost, con Martínez como segundo apellido (algo insólito por tratarse de un apellido de origen español), que ha adoptado el nombre de León XIV, se había convertido en pontífice, olvidándose entonces de otras noticias en mi opinión sumamente importantes, por ejemplo el que dos potencias nucleares asiáticas y enemigos desde su independencia (la India y su vecina Pakistán) estaban escalando su eterno conflicto bélico a niveles peligrosos. A menos que el gobierno de Islamabad hubiese destruido ese día Nueva Delhi con una bomba atómica o viceversa, el agosto noticioso de los medios era el nuevo líder de la iglesia católica.

Estamos entonces ante el inicio de un nuevo papado, es decir, de un nuevo líder espiritual para los católicos del mundo, que, por cierto, todavía son mayoría en México. Tiempos en mi opinión de aprovechar para abordar el tema de la espiritualidad de los aeronáuticos. Y es que, por diversas razones, comenzando por hecho de haber acabado hace relativamente poco tiempo con el otrora eterno mito de que el vuelo humano era imposible, la compleja física que rodea a la aerodinámica, la supuesta cercanía de los aviadores “al cielo” y las inevitables y múltiples asociaciones del acto de volar con lo místico, pocas actividades humanas se vinculan tanto a lo espiritual como el vuelo. Creo que nadie podrá negar que el concepto de volar y por ende controlar los cielos se ha asociado desde siempre en muchas culturas con deidades, contribuyendo así a perpetuar ese sentimiento de temor, asombro y poder asociado con la aviación.

“Mi alma está en el cielo” escribió el universal William Shakespeare, mientras que el expresidente de Ecuador, José María Velasco Ibarra decía que “los pilotos son un tipo raro de humanos. Abandonan la superficie ordinaria del mundo para purificar su alma en el cielo y solamente regresan a la Tierra después de recibir la comunión con el infinito…”  ¿Así o más claro?

Por ahí en algún lugar de mi colección de libros aeronáuticos tengo un ejemplar de “La Biblia de la Aviación”, entiendo del año 1985, de la autoría del norteamericano Joseph Corn, centrada en el anhelo místico de volar y en cuya portada destacan entre otras aeronaves un avión Wright y el Ryan NYP, “Espíritu de San Luis” que empleó Charles Lindbergh para volar de Nueva York a París en 1927.  

Pregunta: Los aviadores, tengan el perfil psicológico que tengan y estando frecuentemente en el cielo, ¿creen en Dios?  Yo creo que tal y como sucede con toda la humanidad y muy respetablemente en todos los casos, hay aviadores creyentes como los hay escépticos y hasta de plano, agnósticos y ateos. No en balde el gremio ha hecho suyo ese romántico “Dios es mi copiloto” originalmente relacionado a un libro y a una película. Una segunda duda tiene que ver con la figura de los santos de los aviadores. Algunas versiones apuntan a la Virgen de Loreto como patrona de las fuerzas aéreas y la aeronáutica, mientras que otras, caso de un Lindbergh luterano de origen pero al final de su vida multidenominal, que llevó consigo a París una imagen de San Cristóbal, le otorgan a este personaje religioso el rol de patrón de los viajeros, conductores de vehículos de transporte y peregrinos. No hay que olvidar que algunas iglesias protestantes  recurren con frecuencia a las aeronaves en sus ejercicios de promoción. Un ejemplo notable es el Boeing 747-SP estacionado y abandonado desde el año 2005 en el Aeropuerto Internacional “Abelardo L. Rodríguez” de Tijuana, Baja California por la organización evangélica “Global Peace Ambassadors.”

Hablando de Lindbergh recuerdo una anécdota que leí por ahí que en sus tiempos de piloto de circos recibió la petición de una anciana que le preguntó cuánto le cobraba por llevarla al cielo y dejarla ahí. También recuerdo una cita suya que me da la impresión expresa lo que algunos pilotos aviadores pueden llegar a sentir respecto a su posición al mando de una aeronave. El “Águila Solitaria” narró que un día comenzó a “sentir que vivía en un plano superior que los escépticos en la superficie; más rico por su asociación con el elemento peligro al que temía…” 

Si ese prestigiado maestro, filósofo, neurólogo y humanista de nombre César Pérez de Francisco, que me acercó a la vida y obra de Antoine de Saint-Exupéry (otro místico del aire) hubiese sabido de esas palabras de Lindbergh se habría encantado debido a que estaba convencido de que, por varias razones, incluyendo la que menciona mi héroe, la mayoría de los aviadores no solamente se sienten superiores a los demás, sino que a veces exageran, al grado que los llegaba a definir de manera mayoritaria como neuróticos narcisistas con todo lo que ello significa en materia de grandiosidad, necesidad de admiración y por ahí falta de empatía. Aclaro: lo dijeron Lindbergh y mi amigo, y no yo.

Quien firma esta columna, católico por tradición familiar, alguna vez fue aviador, es cierto; por un breve tiempo, pero lo fue, experiencia, en especial la de volar solo al mando de una aeronave, en la que la verdad no me sentí acompañado, protegido o guiado por un poder superior. Comprobé mi escepticismo, si es que no mi total ateísmo, una noche de 1998 en la que me vi a bordo de un Boeing 727-200 de Lloyd Aéreo Boliviano a cuyos ocupantes se nos informó que por haberse registrado un fuego fuera de control en un motor del avión nos debíamos preparar para un aterrizaje de emergencia o para un posible impacto contra el terreno. Aun así, me siento espiritual y empatizo con quienes llevan la suya a planos religiosos, aunque insisto, no comparto su creencia en Dios. Soy de aquellos que consideramos que se vale ser espiritual sin ser creyente, de ahí que no debe sorprender a mis lectores que le he dado tiempo al estudio de la filosofía de la religión, y que los temas de geopolítica religiosa, caso del papado, llamen mi atención y por ende esta entrega.

Y volviendo a eso, al papado, le cuento que al comenzar a redactar al presente recuperé del archivo de mis textos publicados uno del año 2016 en el que traté el tema de los viajes por vía aérea de los sumos pontífices, compartiendo que en el año 1964 el Papa Paulo VI se convirtió en el primer líder de la iglesia católica en salir de Europa y más aún, en volar en un avión al trasladarse a Tierra Santa en un Douglas DC-8-43 de Alitalia, agregando que, con todo y su escepticismo, este analista del quehacer aeronáutico ha detectado y celebra que tenido la oportunidad de volar en un avión “papal”, es decir, uno empleado en un viaje por alguno de los cuatro Papas, que como tales, han sido pasajeros del aerotransporte comercial, seis veces en cuatro aerolíneas nacionales y extranjeras, a saber, Aeroméxico, Mexicana, TAESA y TACA. Quizás estoy equivocado, pero no hay líder religioso al que se siga más, mediáticamente hablando, que al que ocupe el obispado de Roma, de ahí que sus viajes interesen hasta los de mi estirpe.

En fin; demos la bienvenida entonces al asiduo tenista y nuevo Papa León XIV al que veo como un líder espiritual y moral de la comunidad a la que pertenezco, y al que deseo ver como ese pastor que tal y como lo hizo el admirado Papa Francisco, siga intentando reformar a una siempre controversial iglesia católica a la que siento cada día más anacrónica y a la que me da la impresión no le haría nada mal otro pontífice viajero que se suba muchas veces a un avión, continuando abriendo lazos entre la espiritualidad y la aeronáutica. Ya sólo nos falta un Papa que alguna vez haya estado al mando de los controles de una aeronave, algo que no debemos descartar en el futuro conforme se ha documentado que un creciente número de sacerdotes católicos ya se han sentado “del lado” izquierdo de una cabina de vuelo. 

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